Egipto, impresiones de un Pais.

 

Dic.2.004/05                                                        AUTOR:  José Enrique González (www.JoseEnriqueGonzalez.com)

 

La propiedad intelectual, tanto de los textos como de las fotos, pertenecen al autor, por lo que está prohibida la reproducción total o parcial sin expresa autorización. 

 

          

 

   Desde pequeños soñábamos con un país lleno de sorpresas, grandes descubrimientos, enigmas, construcciones monumentales con coincidencias matemáticas y astronómicas, lleno de misterios y exotismo, tanto en sus costumbres como en su gastronomía, en sus olores, en su luz.

   Con una cultura milenaria y situado en la cuna de la civilización, Egipto, con sus 55 millones de habitantes, es África, es un sueño que ahora podemos sentir y vivir como en un cuento de las mil y una noche.

 

   Nuestro vuelo nos llevó a Luxor, cuyo aeropuerto se cobija bajo una gran carpa en la que miles de personas intentan ordenar sus trámites, sin conseguirlo, dentro de un caos en el que es imposible moverse.    La confusión es general e impide el traslado de los equipajes y la obtención de los correspondientes visados.  A duras penas, sobre las maletas, rellenamos unos formularios que nos sirven para pasar por la inspección de aduanas, no estando correctos por faltarle unos pequeños sellos pegados en los pasaportes.

Solucionado el trámite, repetimos el paso aduanero y ya podemos salir del aeropuerto 

 

 

   Nos esperan con un microbús en cuyo techo ponen el equipaje que, antes, unos árabes intentaron coger para trasladarlo unos metros a cambio de una propina (un euro) por la gestión.

 

   Bajo un cielo luminoso y radiante, y mientras gozamos con la vista de las  siluetas de palmeras recortándose en el horizonte, nos trasladan directamente a nuestro barco en el que realizaremos un crucero por el Nilo, el mayor río del mundo, con mas de 6.600 Km., representando la mayor vía de comunicaciones de Egipto.

 

   Nos recibe nuestro guía, hablando bastante bien nuestro idioma, y entre vasitos de cárcade (licor refrescante de color rojo intenso y perfumado paladar), y de té con menta, nos explica los planes próximos, las costumbres locales y las recomendaciones básicas para los siguientes días.

 

   Nuestro camarote es de tamaño normal, tiene un baño completo, Tv., frigorífico, caja fuerte, aire acondicionado y, sobre todo, un balcón al exterior que nos ilusionó mucho.

 

  La cena bien, evitando las verduras sin cocer, los cubitos de hielo y las botellas abiertas por miedo a la gastroenteritis

                                                 

  Nuestro primer día en Luxor transcurre levantándonos bien temprano y, tras un abundante desayuno que incluye frutas, frutos secos, tostadas, bacón, etc. comenzamos con la visita al templo de Karnak, llamada Tebas por los griegos, impresionándonos la majestuosidad y el tamaño de su acceso (Pilón) y, tras el que  se encuentra la sala hipóstila, con una dimensión de 104 x 52 metros que alberga un bosque de 134 robustas columnas de 24 metros de altas, profusamente decoradas y con artísticos capiteles papiriformes que soportan pesados techos de piedra.

   Aún es de noche pero pronto empieza a aclarar el día hasta presentar un cielo limpio  e intenso.   El primer rayo de sol nos sorprende penetrando exactamente por el vértice de la puerta, iluminando el templo en toda su extensión, es algo misterioso, tal vez místico, que nos descubre los innumerables mensajes esculpidos en la piedra representando escenas, tanto cuotidianas como divinas o de iniciación, así como escrituras en jeroglíficos (utilizada desde hace unos 5.000 años), y aquellas que quedan enmarcadas en una especie de lazo rectangular denominadas cartuchos y que, atendiendo a las explicaciones, podemos interpretar en algunos casos.

   En su esplendor, todo el recinto llegó a tener una extensión de 1.230.000 metros cuadrados, estando protegido y aislado por altos muros de adobe, pudiéndose acceder por nueve puertas, dos de ellas, las principales, definiendo el eje Este – Oeste.   La construcción de todo el complejo se llevó a cabo a lo largo de 2.000 años, llegando a albergar en su interior hasta 20.000 personas.

   En realidad, todo el conjunto está constituido por tres recintos – templos que se encontraban unidos por avenidas de hasta cuatro kilómetros, flanqueadas de esfinges, bien con cabeza de carneros o humanas, conservándose algunos tramos.

 

                          

 

   También quedamos admirados por la grandiosidad del templo de Luxor, constitutivo del conjunto anterior, cuya configuración corresponde a la estándar con la zona de acceso, poseyendo una colosal puerta con una estatua y un obelisco a cada lado, uno de los cuales se encuentra hoy en la pza. de la Concordia de Paris, la zona para el culto y la magnificencia del bosque de grandes  y gruesas columnas.    Ambos templos se encontraban unidos por la avenida de esfinges sentadas antes referida, de las que quedan una representativa muestra que da una idea de la configuración original.

                                          Gran admiración nos produjo la contemplación de los famosos Colosos de Meno, mandados a construir por Amenofis III, solitarios en medio del campo, parecen contemplar el paso de las personas que admiran su gran tamaño y majestuosidad.

   Las esculturas son muy altas y, al parecer, custodiaban la entrada a un templo que, con el paso del tiempo, desapareció.

   Cuentan que uno de ellos, al amanecer emitía sonidos parecidos a lamentos que, incluso provocó que se nombrara una comisión de traductores para interpretar los extraños sonidos por los que se tomaron muchas decisiones basándose en las interpretaciones que se les daba.   Posteriormente se comprobó que, al estar esculpidos en dos tipos distintos de piedras (gres y granito), las dilataciones por diferencia de temperaturas al recibir los primeros rayos de sol, eran las responsables de los enigmáticos sonidos que habían sido interpretados como el pronunciamiento de un oráculo.

 

                                       

 

   Impresionante y sobrecogedora fue la visita al Valle de los Reyes.  El sol radiante agotaba nuestras fuerzas que nos impulsaban a contemplar tan maravillosas obras realizadas tantos siglos atrás, y que perduran debido al clima tan extremadamente seco, pudiéndose apreciar perfectamente la policromía original. 

 De las tumbas conocidas nos recomiendas ver tres de ellas, las “más vistosas”, siendo común a la mayoría su configuración básica, consistente en un pequeño acceso a una galería  que, en las que visitamos, estaba ricamente adornada con figuras y cartuchos esculpidos en la piedra y policromados, con algunos cámaras laterales, en rampa descendiente hasta llegar al recinto funerario donde se suele conservar el sarcófago más externo, que suele ser de un gran bloque granítico donde se esculpió el hueco y la tapa, y destinado a albergar los siguientes, hasta el que contenía la momia.   Normalmente, tanto esta como los sarcófagos más ricos, se encuentran en los museos, muchos fuera de Egipto.

   El acceso al corazón de la montaña es cómodo, mediante pasillos con tarimas de madera que permiten observar las bellas decoraciones laterales, mientras la temperatura sube por la gran cantidad de personas que hacen la visita.

   La tumba de Tutankhamon, descubierta por Carter en 1.922, no es la más rica en decoración.

 

   Las actividades en el barco no dejan apenas tiempo libre.  Al anochecer se realiza el intento de salvar el desnivel del agua mediante el acceso a la esclusa de Esna, pero debido al elevado número de barcos, tenemos que esperar hasta media noche, contemplando mientras, desde nuestro balcón, un cielo concurrido por miles de estrellas centelleantes y una gran luna que empieza a elevarse sobre el horizonte, reflejándose vivamente sobre la superficie del Nilo.

 

   En el primer instante del amanecer, nos requieren para visitar en Edfú el templo dedicado al dios Horus, igualmente grandioso y con grandes esculturas a las que no nos resistimos fotografiar situándonos junto a ellas para referenciar  su tamaño y el material en el que fueron esculpidas (granito).

  En este templo, la conservación es perfecta, apreciándose incluso la policromía original, y los cartuchos y escenas son de extrema claridad, enturbiada solamente por las zonas picadas por otras religiones que se ensañaron especialmente con los rostros y las divinidades.                    

                       

   El gran barco hace una parada en  Kom Ombo para visitar el templo dedicado a los dioses Sobek y Haroeris.   Mas modesto que los anteriores, se encuentran decorados con enigmáticos jeroglíficos y poseen robustas columnas para soportar pesados techos de piedra.

 

                         

 

                         

   Cuando descendimos a tierra, nos recibió un enjambre de coches de caballos (calesas), en los que, entre gritos y discusiones entre los cocheros y con los guías, y entre la confusión, nos fueron situando en las calesas que se encontraban como entrelazadas las unas con las otras en una maraña de la que parecía imposible salir.   Entre voces y carreras empezaron a circular como en un frenético recorrido hacia el templo.   Nuestras manos se aferraron a algún hierro del coche y, como si de un milagro se tratara, llegamos sanos y salvos a las puertas del templo, rodeadas de innumerables tenderetes multicolores que pretendían vendérnoslo todo, quisiéramos o no.

   Igualmente de insistentes eran los vendedores que se aproximaron al barco en precarias lanchas, y que lanzaban el género hacia nosotros para que les pagáramos introduciendo el dinero en los botes de los carretes fotográficos, y se los lanzáramos a sus barcas.

 

   Tras unas horas de plácida noche, nos desplazamos en autocar para conocer otra faraónica obra, la presa de Aswan, realizada con tecnología y mano de obra rusa y que constituye un elemento fundamental para la producción de energía y para el almacenamiento de una inmensa cantidad de agua en el mayor lago artificial, que es el lago Nasser con sus 540 Km. de longitud, y cuyas compuertas regulan las crecidas del río Nilo que tanta fertilidad suministraron a todo Egipto.

 

                                                                  

 

   Por motivo de seguridad, toda la presa y sus alrededores están “tomados” por el ejercito que intimidan al verlos con las metralletas en mano, o apareciendo bajo las chaquetas de algunos de paisano.

 

   Posteriormente nos dirigimos a una cantera de granito donde se puede ver un gran obelisco inacabado y que nunca abandonó su lecho, no se sabe muy bien porqué, tal vez se rompió antes de ser trasladado, pero no deja de ser impresionante por su tamaño y la fineza de su talla.

 

   Tras un abundante y especial almuerzo en la cubierta, en la que instalaron una barbacoa que invadió de buenos olores todo el entorno, a carbón y a carnes ricamente especiadas, nos trasladamos a una motora que se deslizó por el Nilo entre grandes rocas graníticas, zonas de abundante vegetación y otras de homogéneas dunas que nos recordaban que pasábamos por pleno desierto.  El extraño paisaje nos absorbía y nos tenían que llamar la atención para que tomáramos frutas de una gran cesta que nos obsequiaron situándola en el centro de la embarcación.

 

                                              

 

   En el río observamos pequeños puntos obscuros que, al aproximarnos, identificamos como niños nadando o en cajas con forma de barcas que, incomprensiblemente, se aproximaban a nuestra motora, asaltándola en marcha y quedando enganchados a los neumáticos laterales de la embarcación y con voz alegre y ante nuestro asombro, cantaban desafinados:  Poron pon pón...

   Sin salir del asombro, se les dio algunos euros y caramelos, y así se desprendieron de la motora mientras nos ofrecían las mejores de sus sonrisas.

   Al atardecer pasamos junto al hotel en cuyo café escribió Agata Cristi su famosa obra “Muerte en el Nilo”.  ¡Todo es historia!

 

   Llegamos a nuestro punto de destino. La motora se aproxima lo máximo posible a la orilla y, para salvar los 4 o 5 metros que nos separan de la tierra firme, se coloca una estrecha tabla con algunos travesaños para que, haciendo equilibrio, llegásemos sin mojarnos. Para ayudarnos a no caer, un hombre en la motora se apoya en el hombro un largo rollizo y que sustenta otro hombre en tierra, creándose una improvisada baranda por la que deslizamos nuestras manos, dándonos seguridad en el descenso.

   Nos reciben, como siempre, cientos de vendedores que nos quieren vender desde estatuillas hasta cocodrilos embalsamados, a toda costa.  Los esquivamos mientras hacíamos un gran esfuerzo para subir la gran duna hasta un punto donde había un buen rebaño de camellos esperando, entre los gritos y discusiones de sus cuidadores con los guías, los posibles clientes para trasladarse hasta un pueblo Nubio, para conocer sus costumbres y hábitos.

 

                        

            

   Algunos optan por rodear la gran duna por  agua, con la motora, y encontrarse con los jinetes en una casa determinada del poblado.

 

                            

  

   A la vivienda se accede por un patio de entrada, en él nos reciben ofreciéndonos diferentes bebidas locales, frías y calientes, y otras multinacionales.

 

    

 

   Son muy amables, nos ofrecen asiento y queso con miel de elaboración propia, mientras contemplamos un recipiente con varias crías de cocodrilos que después nos dejan tocar y coger con cuidado, (tienen afilados dientes, mucho nervio y mal carácter), y con los que nos hacemos algunas fotos.

   A las mujeres nubias, les llamó mucho la atención las joyas, interesándose por las pulseras y los anillos de tan distinto diseño.   Amablemente, una de ellas, se ofreció a dibujarnos unos tatuajes (gena, especie de tinta china hábilmente usada con una punta de madera)que suelen durar unas tres semanas sin borrarse.   Con gran habilidad dibujó diferentes motivos a todo el que se lo requirió, entre los que había escorpiones, cobras o pulseras y brazaletes florales, y también los nombres personales escritos en árabe.

   A continuación nos ofrecen visitar su casa, compuesta por habitaciones techadas con grandes bóvedas de las que cuelgan recipientes, tal vez de adorno o como despensa inaccesibles a los animales.   La cocina es pequeña y los dormitorios muy precarios.   A pocos metros, curioseando, encontramos otra parte de la vivienda con habitaciones con solerías de terrazo, enfoscadas, pintadas y con un gran “mamotreto” de aire acondicionado aún sin desembalar.  ¡Ah! Y una gran antena parabólica en la azotea.

 

   También visitamos la escuela local, haciendo el camino paseando por la aldea, llena de niñas y niños preciosos, con grandes ojos y bellas facciones y con unas caras de agradecimiento y alegría difíciles de olvidar cuando se les regalaba algunos bolígrafos o bolsitas de caramelos.

 

                                               

   En el camino, algunos puestos de especies nos deslumbran con sus ricos coloridos y olores.  Nos interesamos por la utilidad de una cantarera de madera, con tres grandes cantaras de barro que observamos en la calle (o mejor, campo) y nos explican que se trata de agua para beber, para lo que, amarado con una larga cadena, un jarrillo de lata sirve de vaso común para los viandantes.   Un grupo de mujeres seleccionan hierba buena sentadas en la calle.   La escuela es un edificio de una planta, con un alto minarete, un gran patio y clases pequeñas.

   Como recibimiento nos sientan en una de las clases y una bella y enérgica profesoras nos da una lección sobre el alfabeto Nubio, vara en mano y repetitivo soniquete.   El humor se hace contagioso y pasamos unos momentos muy agradables riendo con las ocurrencias de los adultos pidiendo ir al servicio nada mas empezar la clase, mochila en hombro, y los castigos cara a la pared por no saberse la lección.   Nos agradecen mucho la entrega de material escolar para la escuela y la profe posa con nosotros para hacerse algunas fotos para recordar aquellos momentos.

                                   

   Cansados, ya de noche a las 17,30, regresamos en la motora deslizándose lentamente entre falucas de blancas velas y las luces de las edificaciones próximas, bordeando el extraño aspecto granítico de la isla Elefantina, hacia nuestro barco para prepararnos para la cena de gala anunciada como despedida de este crucero.

 

   Sólo nos da tiempo de una ligera ducha y vestirnos con lucida ropa, mucha de ellas de diseño local ricamente adornadas, y la cena empieza.   Servida con la amabilidad habitual, se nos completa con carnes a la barbacoa y grandes pescados al horno. 

                                                              

   Un espectáculo con la danza del vientre y el baile de los derviches, nos amenizan la velada que se acaba con la admiración y sorpresa al ver las esculturas realizadas con las colchas y las toallas, en nuestros camarotes.

 

                                       

 

  El transcurrir de nuestro barco a lo largo del río Nilo ha sido, en estos días, lento y relajado, dándonos la oportunidad de contemplar es sus orillas, pequeños poblados, animales, palmerales, algunas barcas pescando con artes tradicionales, y alguna que otra faluca dibujando su forma sobre el rojizo sol del atardecer.

 

  Las noches son propicias para admirar el blanquecino cielo desde la cubierta, echados en las tumbonas hasta que, el pensamiento en la hora de levantarnos, nos hace razonables y descendemos a los camarotes, no para descansar, sino para hacer los equipajes para partir a las pocas horas.   Quedamos admirados al abrir las puertas de nuestro camarote y contemplar las esculturas realizadas con las colchas y toallas : cisnes, cobras, flor de loto, etc. adornadas con nuestras gafas y algún que otro pañuelo.  Una cesta con frutas variadas y dátiles nos tentaba desde la mesa del escritorio y una de las camas estaba adornada con el año nuevo realizado con pétalos de rosas.

   Nuestro agradecimiento se hizo manifiesto mediante la entrega de unos bolígrafos, caramelos y algunas monedas a los responsables de los camarotes, que tan gratamente nos sorprendieron.

 

   La partida no se hace esperar, y a las 2,15 de la noche, nos dirigimos hacia el punto de encuentro de los autocares que tienen que desplazarse por el país, pues tienen que ser escoltados por un convoy militar obligatoriamente.

 

  Tras esperar que todo se organice, nos ponemos en marcha y el sueño nos vence mientras circulamos en caravana la mayor parte del tiempo, pues en ocasiones se interrumpe por vehículos que adelantan, a veces por la derecha, otras por la izquierda, dependiendo por el carril que nuestro autobús ocupe.

   Frecuentemente abrimos los ojos al interrumpirse la marcha y comprobamos que se tratan de paradas por controles policiales situados cada cierta distancia y que hacen circular a los vehículos en zigzag entre vallas, para reducir la velocidad y controlar la circulación.    Estos puestos de control, poseen incluso garitas en alto, donde se resguardan militares armados.  En tierra la protección está constituida por robustas planchas de acero, con ruedas, que protege al militar que se oculta tras la negra y robusta protección.

                                                 

    En alguna ocasión, al abrir los ojos y mirar a través del parabrisas delantero, no podíamos contener una exclamación al observar la circulación que, lo mismo se desarrolla por un carril, como por el otro, dando igual que venga otro vehiculo de frente o no, que se esté adelantando o que se cruce alguno proveniente de algún camino lateral.

 

   En los poblados que atravesamos, las personas, literalmente, se metían debajo del autocar, siendo frecuente las exclamaciones involuntarias de los que veíamos la situación y que nos temíamos atropellos y accidentes , cosa que no vimos ni uno, y ni un solo embotellamiento de importancia.

 

   El amanecer en el desierto, fue un espectáculo sublime.   Un sol inmenso y rojizo empezó a aparecer tras las doradas dunas, segundo a segundo, hasta que iluminó con luz y sombras, la inmensidad del mar de arena por el que nos encontrábamos.

                                                         

    A primera hora de la mañana llegamos a Abu Simbel, nos dirigimos hacia nuestro nuevo barco, el segundo crucero de este viaje, que nos esperaba atracado en el Lago Nasser.

    Mayor que el anterior, y de mejor aspecto, nos acoge en sus camarotes que nos gustan y están muy limpios.   Minutos más tarde, una motora nos trae al barco los equipajes que, rápidamente, son distribuidos a cada pasajero.

    La decoración interior es mas agradable que la del camarote anterior, y la calidad y limpieza del baño también nos satisface, sólo el color grisáceo de las toallas nos disgusta pero, tras comunicarlo, nos ponen a diario toallas sin estrenar.

   Repetimos la potabilización del agua en una botella de litro y medio, para la higiene bucal, y nos proveemos de agua embotellada para nuestro consumo.

   Aprovechamos para descansar y ordenar las maletas y, a la 1 del mediodía, acudimos a la cita en el restaurante que nos sorprende con un esplendido buffet, bastante abundante y de mayor calidad que los anteriores.

 

                          

 

   Algo más descansados, nos proponen visitar los grandes templos de Abu Simbel, a lo que no nos podemos negar por la importancia de los templos y nuestros deseos  por visitar esas maravillosas obras realizadas hace unos 3.300 años, rescatadas de ser inundadas por las aguas del nuevo lago, para lo que fueron desplazados, piedra a piedra, a otro nivel superior, a solo unas decenas de metros de su ubicación primitiva.

 

   El camino desde el barco hasta unas escalinatas es primario, en realidad es una pequeña senda en la montaña, llena de piedras, por las que casi hay que escalar, con mucho polvo y dificultades.

   Subimos los 280 escalones hasta alcanzar el nivel superior, no sin hacer pausas intermedias y, bordeando la montaña, fuimos paseando hasta que nuestros ojos empezaron a ver, de perfil, la majestuosa obra. Pronto aparecieron ante nosotros los cuatro colosos que flanquean el primer templo.  A sus pies, otras estatuas mas pequeñas representan a las esposas e hijos.

 

   El templo de Ramses II  construido en el siglo XIII aC. es sobrecogedor. Su altura nos empequeñece y quedamos admirados al encontrarnos ante tan soñado monumento.    Casi con temor a cometer un sacrilegio o, al menos, una violación de los sentimientos de sus constructores, nos dirigimos hacia la entrada, despacio, sin poder intercambiar palabra alguna, mirando fijamente a su guardián, con turbante y chilaba blanca inmaculada, y con una gran “llave de la vida” de bronce en la mano.   Nos mira sonriente y nos demuestra que la gran llave es la utilizada para la cerradura de las puestas del templo, ofreciéndose a continuación a hacerse fotos con nosotros.

   Penetramos lentamente por una galería central, ricamente decorada con enigmáticos jeroglíficos, con grandes columnas y esculturas grandiosas en los laterales que hacen guardia en el recorrido hacia el altar.    Distintos recintos laterales se nos muestran perfectamente conservados y profundamente decorados con las escenas de la vida y el transito hacia la muerte.

   Tenemos el privilegio, creemos que irrepetible, de acceder al templo sin persona alguna en el interior, lo que nos sobrecoge aún más en el silencio y tenue luz de tan famosa catedral.

   Vagamos por el interior sintiendo el paso de los siglos y queriendo diluirnos en tanta historia y majestuosidad, y pareciendo sentir las vibraciones que emitían las milenarias piedras.

 

   No muy lejos, entramos en el templo de Nefertari, algo menor en sus dimensiones, presenta las mismas características, riquezas y grandiosidad.

   Nuestro asombro de poder ver estos templos prácticamente solos no nos abandona y queremos llevarnos esta sensación en todos nuestros sentidos.

 Pasamos de un templo al otro mirando cada pequeño rincón y cada piedra de cada uno, absorbiendo tanta riqueza y tanto arte que nos rodea.

  

   De regreso al barco, unas tiendas ocupan nuestro tiempo y unos pequeños jardines atraen nuestra atención con flores de colores no habituales en nuestras latitudes.   El paseo se hace corto y llegamos justo para descansar breves momentos y tomar un té y pastas en la cubierta, mientras algunos aprovechan para tomar un baño en la piscina.

 

   Al oscurecer, nos apresuramos a asistir a la cita con los componentes del grupo para obtener las entradas de acceso que nos permitirán ver el espectáculo de luz y sonido que, a las 19,30, se exhibirá sobre los templos.

   Puntualmente comienza el programa en la oscuridad de la noche en el desierto mayor del mundo, el Sahara, y como un manto brillante, luce el cielo luciendo miles de estrellas, destacándose la Vía Láctea en su centro, haciendo un espectáculo difícil de olvidar.

   El sonido, fuerte y nítido, comienza, creando un ambiente relajante con un susurro de viento en el desierto, como preámbulo de las proyecciones que iluminaran los templos.   El sonido de agua, viento y una grave voz escenificando la de Ramses II, majestuosa y en Español, dan comienzo a la narración de la historia de los templos que se alzan ante nosotros, así como las costumbres en el Egipto faraónico y los pensamientos dialogados con Nefertari.

   La conjunción del ambiente natural con el espléndido sonido, las proyecciones y el contenido, absorben nuestros sentidos y nos transportan en el tiempo a remotas épocas.

   Los efectos son espectaculares. Las proyecciones sobre los templos los convierten en medios de tele transportación hacia el pasado, conducidos por  filosóficas conversaciones entre humanos y dioses.

   Los 45 minutos pasan en un instante. Las luces de ambiente se encienden e iluminan el camino de salida y todo el mundo queda deseoso de que continuara más tiempo el espectacular acontecimiento.

   Iniciamos el regreso comentando lo impresionante de la escenificación y, a la llegada, sólo nos queda tiempo para cambiarnos nuevamente, ahora con trajes, corbatas, vestidos de fiesta, etc. Para la cena fin de año.

 

   A la hora anunciada acudimos al restaurante que se encontraba adornado de fiesta: velas en las mesas, bonitas composiciones con los alimentos, guirnaldas colgando del techo, y unos papiros enrollados y atados con un lazo rojo en cada sitio de la mesa de cada comensal, con el menú para esta celebración, escrito en él.

 

                                                     

 

   Abundante y muy vistosos fueron las bandejas y platos que nos sirvieron y nos llamó especialmente la atención, una composición que incluía un tomate ahuecado, o un pimiento, rojo, amarillo o verde, cortado en sus extremos, o una cebolla hueca, dentro de los cuales lucía una vela que resaltaba, por transparencia, el color de su contenedor, lo que resultaba un plato muy original, además de sabroso.

   Los postres fueron amenizados con cantes y sonidos de timbales y panderetas, todas piezas típicas locales, interpretados por los operarios de la cocina.  Le siguió la famosa danza del vientre y los bailes repetitivos de Los Derviches.

  

  Próxima la media noche, nuestro guía nos comunica que el capitán del barco desea darnos una sorpresa, realizando algo por primera vez, para el paso de año, para lo que se nos pide que subamos a la cubierta.     Así lo hacemos y observamos que el barco empieza a moverse de su punto de atraque, en el silencio y oscuridad de la noche, desplazándose suavemente y, con hábil maniobra, se pone en ruta bordeando algunas pequeñas islas, hasta situar su proa  frente al lugar donde se encuentran  los templos de Ramses II y Nefertari.

   Se aproxima lentamente hasta situarse delante de ellos, como en una reverencia respetuosa de admiración que se ve potenciada al iluminarse las enormes fachadas en las que se encuentran las grandes esculturas, y empezar a escucharse una música de fondo que enfatiza la emoción del momento.

   Con las uvas rescatadas de los postres en las manos, seleccionadas y cuidadosamente lavadas, esperamos el paso de la media noche para tomarlas al son de las campanadas, con cierto cuidado de no romper lo que podría ser un sueño del que no queríamos despertar, y que no teníamos seguridad de que fuera realidad.     La música de fondo, triunfalista, hace de fondo a la imagen de los templos iluminados, en una noche en el desierto con un cielo concurrido por miles de estrellas mostrando su máximo esplendor.

   Habiendo transcurrido el paso del año al nuevo, la euforia se apodera de todos y, con champagne unos, y con baños en la piscina otros, se celebra el nuevo año con alegría y con la seguridad de que este momento será imborrable en nuestras vidas.

 

   El barco vuelve a su punto de amarre y los bailes, al son de canciones árabes y otras españolas, se prolongan hasta bien entrada la madrugada.

 

   A primera hora de la mañana nos avisan para que, desde la cubierta y con los primeros rayos de sol, despidamos nuestra estancia en los templos de Abu Simbel, mientras nos deslizamos lentamente por las tranquilas aguas, y la imagen  de la colosal obra se hace cada vez más pequeña, mientras un nutrido grupo de ánsares vuelan rasante sobre la superficie del lago.

 

                                             

   Al menos, hoy tenemos la oportunidad de tomar el desayuno sin prisas y, tras organizar un poco nuestras pertenencias, acudimos a las tumbonas de cubierta para relajarnos y tomar el sol, comentando las maravillas visitadas con los componentes del grupo.

   A media mañana embarcamos en motoras para llevarnos hasta la orilla y, andando por la fina arena del desierto, llegar a Kasr Ibrim.    Observamos que, hasta en aquel remoto y solitario lugar, tiene presencia el ejercito que, bien armado, vela por la seguridad de los turistas.

 

                             

 

   Mas tarde nos desplazamos hasta Amada, terminando el día visitando el Hemispeos de Derr y la tumba de Penut.

 

   A la hora del almuerzo, instalan una barbacoa en la cubierta de nuestro barco que impregna todo de un agradable olor a carbón y a carnes ricamente especiadas. 

   En los camarotes y en los pasillos, vuelven a aparecer las ingeniosas esculturas realizadas con colchas y toallas.

                                                               

   

   Pasamos la noche navegando y, al amanecer, embarcamos nuevamente en las motoras para acercarnos a las orillas con el objeto de visitar El Seboua, templo dedicado a Amon Ra por Ramses II, el templo de Dekka, así como el de Maharraka, cuyo significado actual se refiere a mujer de dudosa reputación.

 

   En poco tiempo empieza a ponerse el sol inundando todo el paisaje de rayos anaranjados que se reflejan en las calmas aguas del sosegado Nilo.

Volvemos a vestirnos “de gala” para la última noche en el crucero y tomar una cena muy especial para celebrarlo.   La presentación de los alimentos es esmerada, así como la de los platos en los que se tiene en cuenta  tanto los colores, como las formas.  A los postres, volvemos a divertirnos con la famosa danza del vientre y los bailes de los derviches, con faldas de vivos colores  que lucen al son de repetitivas vueltas sobre sí mismo.

  

   El crucero sigue su curso hacia Aswan y, mientras contemplamos el lento pasar de poblados, campesinos, niños cuidando animales en el campo, ect. damos un paseo hacia la proa donde nos llaman la atención  haciéndonos señales desde detrás de un gran ventanal, indicándonos que pasáramos al interior. Era el capitán en su puesto de mando que, amablemente, nos saluda interesándose por nuestra procedencia y, tras nuestra respuesta, señala una foto fijada en la parte frontal indicándonos que está junto a un español.

   El capitán se ofrece para que nos hagamos fotos con él, a lo que accedemos y prometemos enviarle copias de las mismas.   Nos explica, más bien nos muestra, los instrumentos de navegación, emisora de radio, los mandos para los tres potentes motores y el instrumento de dirección ¡ una simple y pequeña palanca multidireccional ¡   Mientras lentamente nos escribe su dirección, tenemos que indicarle que la aguja indicadora del rumbo correcto, se desplaza fuera de él, a lo que con un simple toque en el “joystick”, corrige la trayectoria.

   La amabilidad y simpatía del capitán llegan hasta para contarnos cosas de su familia, de donde vive, de sus horas de trabajo.   Fue una experiencia muy agradable.

 

  El trayecto desde Aswan hasta el aeropuerto de Luxor lo hacemos en autobús, lo que aprovechamos para descansar del intenso visitar y de las temperaturas próximas a los 35 º C.   A medio camino nos comunican que el vuelo se retrasa 2 horas, lo que nos desagrada en un principio, pero nos sirve para visitar un poco Luxor y así programar la cena antes del vuelo.

 

                                                          

          

   En el camino hicimos algunas paradas con objeto de caminar y adquirir algunas bebidas o tomar algún té, de camino visitamos algunas tiendas de especias de penetrantes olores exóticos y brillantes colores.  También tenían canastas llenas de dátiles secos de numerosas variedades y tamaño.

 

                          

 

   En una antigua tienda de ultramarinos adquirimos varios artículos que, al pagar, nos sorprendieron por el bajo costo.    En un café, sentados en el porche, tomamos unas bebidas refrescantes, mientras otros probaban el tabaco en pipa de agua, mediante unas boquillas individuales que anteriormente ofrecieron, desprendiéndose un olor afrutado procedente del tabaco aromatizado.

 

                                                       

 

   En el camino miramos la franja cultivada a las orillas del río, con grandes palmerales y cultivos de coles de gran tamaño.   La circulación es caótica para nosotros, y nos cruzamos con varias furgonetas, que hacen de taxis y que, además de las personas que van dentro, llevan otras que se sujetan en la parte trasera en el exterior, al aire libre.

 

   Llegamos a Luxor y nos trasladan a un Hotel céntrico para estar allí hasta la hora de partida hacia el aeropuerto.   En pocos minutos, localizamos los equipajes y quedamos libres para caminar. Comenzamos por una avenida importante donde se ubican muchas tiendas en las que adquirir aquellos regalos y recuerdos que teníamos pendientes.    

   Pasadas las 7 de la tarde pensamos en cenar y, no viendo ningún establecimiento adecuado, nos ponemos de acuerdo e inspeccionamos el hotel.

   Es bastante grande, con cómodos salones, jardines y varios restaurantes, en uno de ellos ofrecen buffet libre, muy bien instalado y con gran variedad de alimentos para escoger.   Concertado el precio verbalmente, accedimos al comedor y repusimos fuerzas y calmamos el apetito.

 

   El traslado al aeropuerto se hizo corto, tomamos nuestros numerosos y pesados equipajes y, haciéndonos un grupo compacto, intentamos acceder al recinto.

   Una gran masa de personas nos empujábamos las unas a las otras, las maletas se quedaban trabadas, las voces y la impaciencia era el sentir general.   Unos ejecutivos intentaron acceder antes que los demás, pero la vociferante multitud se lo impidió.

   El avance era milimétrico y se estrechaba hacia una sola puerta equipada con un escáner y donde se procedía al cacheo y revisión de bolsos de mano.   El interminable camino de 20 metros se hace eterno, y nuestro esfuerzo por seguir avanzando agota nuestras fuerzas y nos invade la desesperanza.

  Al fin pasamos nuestras pertenencias por la cinta transportadora que las introduce en el escáner de equipajes, en su salida no aparece todo lo que entró, lo que provoca reclamaciones, preguntas, desinterés, etc. hasta que aparece un canuto de cartón de un metro de longitud,  contenedor de varios papiros que, al parecer, no tenían mucho interés en devolver.

   Nos entregan varios billetes de embarque en los que da igual los nombres que figuran, ni el número de vuelo es el definitivo, ni tiene porqué ser el vuelo que anuncian las pantallas informativas, etc. por lo que optamos por preguntar a unas personas del servicio que nos indican la puerta de embarque.

   Los intentos de salir al exterior para coger el autobús que nos llevará al avión, son numerosos.  Cada rumor, todo el mundo se pone de pié intentando salir sin éxito, por lo que teníamos que volver a nuestros asientos hasta el nuevo intento.

   En las pantallas informativas se proyectaban capítulos de una novela interminable, en árabe, ambientada en época antigua y con precarios actores y con  muy mala interpretación.

   Cuando ya habíamos perdido las esperanzas, se nos invitó a pasar al exterior, por una puerta distinta, para conducirnos hasta el avión.   Entramos por una única puerta situada en la parte trasera y, a duras penas, pudimos acomodarnos.

   El avión estaba sucio, y no todo en él funcionaba.   Algunos asientos estaban bloqueados y no era posible desplazarlos, algunas bandejas para apoyar las comidas, tampoco.

   El vuelo no se hizo esperar más y partimos, entre nuestra admiración y duda, hacia El Cairo.   La comida que nos ponen no es de nuestro total agrado y, en una hora llegamos al gran aeropuerto de la Capital.

   Nuevamente empieza el caos y la búsqueda de nuestros equipajes.   Todo aparece y comienza la búsqueda del autobús que nos trasladará al hotel,

   El guía desaparece entre la multitud que impide el paso normal de las maletas y relentiza el caminar.   Entre un centenar de autobuses, gritos, maleteros que intentan ayudarte por 1 euro, vemos a algunas personas del grupo, lo que nos tranquiliza en algo y nos hace más pacientes hasta el total embarque de las maletas.

   Es de madrugada y tenemos que esperar la aprobación, para continuar, por los militares del aeropuerto.   Al fin partimos y empezamos a ver una gran ciudad que no descansa, se ve viva, con gran circulación a pesar de la hora, y las plazas y los mercados, llenos de gentes y de brillantes luces.   La temperatura ya no es la del sur, hace mucha humedad y se llega a tener 1 o 2 º C por la noche, aunque por el día se llega a 25º C.

 

                                                 

 

   El hotel aparece ante nuestros ojos con su gran fachada frontal constituida por un palacio construido en el siglo XIX para albergar a Eugenia de Montijo cuando acudió a la inauguración del canal de Suez y, en los laterales dos edificios de 20 plantas apoyan un gran semicírculo donde se sitúan los jardines, comedores bajo carpas, piscinas, etc.   Con casi 1.200 habitaciones y 14 restaurantes y una decoración palaciega, nos encanta el aspecto y, en pocos minutos, nuestros equipajes aparecen en la habitación, mientras tomamos una reconfortante ducha y miramos el paisaje a través del frente de cristal que da acceso a la terraza y que nos deja contemplar desde la planta 7ª, un Cairo distinto de nuestra concepción previa, lleno de rascacielos, jardines, luces y, en primer plano, la torre de comunicaciones con sus 175 metros de altura.

 

   Pocas horas tenemos para descansar, pues estamos citados a las 7,30 para visitar las pirámides, en el distrito de Gizeh.

   El hotel es una pequeña ciudad y nos cuesta algún tiempo el llegar al restaurante donde estaba previsto nuestro desayuno.   El ambiente es fantástico y muy dinámico, la decoración y el lujo hacen un perfecto marco para el gran buffet preparado, con todo lo imaginable en gran abundancia.   Nos llama la atención la preparación de gruesos y apetecibles filetes de ternera a la plancha, a petición del comensal, huevos preparados de diferentes formas, frutas, cremas, fiambres, mermeladas, etc.

   Nos apresuramos para cumplir con el horario, caminamos hasta el autobús que nos conducirá hasta los monumentos y nos situamos en él, acto seguido se nos presenta el guía que nos acompañará a las pirámides, con un buen Castellano, con voz femenina graciosa y exagerados gestos.    Nos cae simpático y comienza explicándonos la ciudad donde se mueven 21 millones de personas y 4 millones de coches, normalmente muy viejos  y con pocos elementos en funcionamiento, y que circulan sin tener en cuenta los semáforos, ni los pasos para  peatones, ni encender las luces de noche, ni los sentidos de la circulación....en un caos que dominan tras años y años de experiencias y vivencias en el que no vimos ni un solo atasco ni accidente.

   Como todo es a lo grande, nos concreta que el paso elevado por el que circulamos, constituye un puente de 28 Km. de longitud, dentro de la ciudad

   Delante de nosotros aparece la silueta de una pirámide que se nos hace de mayor tamaño conforme nos aproximamos.

   Al llegar se hace famosa la frase del guía pronunciada con tono forzado y con mucho deje: ¡vamos todos y todas...!    Con regocijo bajamos y, estupefactos, no podíamos dejar de levantar nuestra vista para contemplar tan majestuosa obra.

                                                         

  

 Tenemos delante la Gran Pirámide de Keops, que se levanta 154 metros sobre el suelo, y que su vértice parece clavarse en el Cielo.    Constituida por 2,5 millones de bloques de piedra, cada uno de unos 2.500 Kg., se asienta majestuosa sobre la fina arena del desierto y nos impone respeto al pensar sobre su antigüedad, experimentando un sentimiento como si la fuéramos a profanar al acceder a su interior.

   En un lateral, una construcción auxiliar da cobijo a una de las barcas encontrada en las inmediaciones, de gran tamaño, que transportaría el alma a través de la muerte.

  En un segundo plano y con la apariencia de ser más alta, sin serlo, se levanta la pirámide de Kefrén, caracterizada por ser la única que conserva en la zona de la cúspide, el recubrimiento original.   Esta pirámide tiene las primeras filas de bloque de piedra, tallados en granito rojo.   En algunos casos, las uniones entre los bloques son perfectas, pero no siempre, pues hay zonas en que la colocación parece que no guarda un orden, por el deterioro padecido a lo largo del tiempo.

   Unos policías, montados en camellos, custodian estos lugares, además de otros a pie, todos ellos mostrando sus generalizadas ametralladoras.

   Uno se nos acerca y, con simpatía, entabla conversación y se ofrece a que nos hagamos fotos junto a él, ante las pirámides. Accedemos y después nos invita a que paseemos por el perímetro de la gran base sin problemas, lo que agradecemos con caramelos y unos bolígrafos, por lo que nos muestra su agradecimiento.

   Al retirarnos para obtener mejor perspectiva, aparece en un tercer plano una pirámide más del grupo, la de Micerinos.   Igualmente majestuosa y estática pero de menor altura, se alza recortándose en el azul cielo y completa el conocido conjunto monumental.   Pequeñas pirámides  de personas próximas al faraón, se aprecian en las cercanías de las mayores.

   De nuevo suena la voz: “ ¡vamos todos y todas...!” convocándonos para desplazarnos a ver la Esfinge, mucho más majestuosa en la realidad que en las imágenes conocidas. Las medidas de la base ascienden a 73 x 20 metros habiendo sido tallada en piedras de dos tipos de diferentes calidades, por ello, al ser mas blanda la de la cabeza, se encuentra más deteriorada.

 

                        

 

   El cielo se nubla parcialmente, lo que confiere una gran belleza añadida al conjunto monumental.   Recorremos varios puntos de vista a lo largo de la gran escultura, guardiana del valle, y visitamos el templo  del Valle de Kefrén, así como la zona donde se realizaban las momificaciones, no dando crédito a estar in situ, pareciendo que hemos sido transportados en el tiempo a tan sobrecogedor lugar.

   Son múltiples las fotografías que tomamos desde distintos puntos y ángulos, mientras unos pequeños niños se nos acercan, insistentes, vendiéndonos pañuelos, postales, figurillas, etc. esquivando las miradas de los militares que, de verlos, los expulsan de malas maneras para que no molesten a los turistas y por temor a un posible atentado, tal como ocurrió en 1.997 en el templo de la reina Hatshepsut, próximo a Luxor, que produjo 59 muertos y que mermó considerablemente la afluencia de turismo y, en consecuencia, los ingresos económicos del país.

   A la vos de ¡ vamos todos y todas...! partimos hacia el hotel y, en el camino, nuestro guía para las pirámides, se despide muy educadamente mientras pasamos por barriadas periféricas con edificaciones sin terminar, ya que es costumbre vender los pisos o casas en los ladrillos, sin enfoscar ni enlucir ni pintar, y cuando los compradores van pudiendo, los van terminando o no en el caso de ser inquilinos, con ello se consigue un bajo precio de coste del inmueble y los hacen asequibles a un mayor número de población que, en otras circunstancias no podrían adquirirlos.

   Debido a la pobreza, casi nada se tira si tiene alguna posibilidad de futuro uso, por lo que se  suele ver grandes masas de muebles en desuso y otros utensilios, amontonados en las azoteas, lo que también sirve para cobijo de aves y roedores.   En el camino también vemos viejas tiendas de animales vivos, con altas jaulas de madera con pavos y gallinas en su interior, y carnicerías que muestran su género, corderos recién sacrificados, colgados de las marquesinas en plena calle.

 

                                                  

 

   Ya en el hotel, nos hace ilusión el comer en un restaurante de grandes lámparas de cristal, ricos artesonados policromados espléndidamente restaurados, lujosas cortinas, muebles de marquetería y brillantes suelos de mármoles de colores.   La comida está en sintonía con el entorno y es muy buena, tanto en calidad como en presentación, y hasta conseguimos que nos hicieran un buen café spresso después de tantos días sin saborearlo.

 

   Aprovechamos el tener algún tiempo libre para cambiar algo de dinero a moneda local (libras egipcias) en el banco abierto 24 horas dentro del mismo hotel, y para pasar la memoria de la maquina de fotos a cd , como seguridad, en una tienda de la galería comercial situada en la planta  baja.

   Al oscurecer salimos para hacer una visita general de la ciudad en autobús, parando para ver el gran monumento erigido para señalar y recordar la muerte en atentado, mientras presidía un desfile militar, de Mubara, continuando hasta la zona medieval de Khan El Khalili, bajando en la puerta de una mezquita que con las puertas abiertas, lucía un suelo armónicamente alfombrado con colores predominantes como el rojo y el marrón y, colgando de sus bóvedas, cientos de relucientes y brillantes lámparas de cristal.   Los fieles oraban en el interior.  

                                                  

 

   Khan el Khalili es un inmenso zoco de estrechas calles, miles de pequeñas tiendas atestadas de mercancías multicolores, zapatillas, pañuelos, pipas de cristal, especias, etc. se sitúan unas junto a otras y miles de personas fluyen por las angostas calles, entre los gritos de los vendedores y los de aviso por llevar pesadas mercancías.     Parece imposible el acceder o el trasladarse en tal aglomeración, el asedio de los vendedores de todo tipo de cosas entre miles de luces sobre nuestras cabezas , sin embargo todo fluye armónicamente y, además de todo ello, se encuentran instalados veladores de forja y mármol, en las puertas de los cafés, en plena calle, con sus correspondientes sillas, casi unas encima de otras y donde parece que es imposible hasta respirar.

 

   El acoso por vender cualquier cosa prosigue, mientras ocupamos varias de las mesas de uno de los cafés, entre las que aún caben unas pipas de agua, fabricadas en cristal, muy decoradas con motivos florales, sobre las que guardan equilibrio las brasas, que ponen a menudo, y sobre las que sitúan un recipiente por el que se expone el tabaco al fuego, y cuyo humo es conducido  hasta un depósito inferior que contiene agua, a través de la cual, el humo circula tomando humedad y suavizándose, llegando por una larga goma hasta el fumador.

 

                                                

 

   También queda espacio para situarnos una mesa auxiliar, con tapa circular de bronce repujado, sobre la que pronto nos sirven casi una docena de viejas teteras, desconchadas, unas blancas, otras rojizas, algunas decoradas con pinturas, algunas con alambres sujetando las tapaderas, en su interior un oloroso té esperaba en maceración.   Sobre la mesa, unos vasos llenos de ramas de hierbabuena y unos cuencos con azúcar, completan el espacio de la pequeña mesa.

   Como por milagro, una gran paz se sentía en aquel café y empezamos a gozar contemplando el entorno desde nuestra posición, todo lo que acontecía a nuestro alrededor, sin sentir la estrechez ni el agobio.   Era una fantasía lo que contemplaban nuestros ojos, niños con grandes jaulas llenas de panes recién hechos, personas portando en sus manos animales para vender, vendedores de juguetes que se empujaban con otros de joyas o relojes, tal vez de collares, o amuletos, zapatillas o pañuelos.

   Nuestra posición pasiva nos permitía empaparnos de tanta vida, color y luz, sin interferir en ello, sintiéndonos como en una burbuja relajante que nos aislaba de tan frenética actividad.

  

   Como si todo fuera normal, vertimos el té sobre las ramas de hierbabuena  y azúcar que contenían las vasos, y saboreamos el perfumado líquido, sorbo a sorbo, deleitándonos en el momento que vivíamos, mientras otros fumaban el aromático tabaco con sabores a frutas, y cuyo humo aportaba un dulzón olor al entorno.

 

                                                     

 

    Nos levantamos del café El Fishawy, el café de los espejos, miramos hacia su interior para admirar los numerosos espejos, enmarcados en tallados marcos de madera obscura y vieja, y nos llevamos la imagen en nuestras mentes para no olvidar aquel inigualable lugar.

   Seguimos caminando por las angostas y concurridas calles, mirando a uno y otro lado, admirando el colorido y la variedad de las mercancías expuestas.

 

                                                           

 

   Ya en el autobús, nos dirigimos hasta un local donde, además de cenar, contemplaríamos bailes típicos.   En la entrada, una mujer con pañuelo en la cabeza yace sentada  ante un horno artesano.   Con sus manos amasa una pequeña torta que introduce en el caliente horno para, en unos instantes, sacarla dorada, crujiente y apetecible, es el pan sin levadura, ácimo, que es consumido en todo el mundo árabe, y que nos sirven recién echo en la cena.   Los entrantes están compuestos por ensaladas de varios tipos y sopas diversas. Seguidamente carnes al carbón con guarnición de verduras cocinadas y arroz

 

                                                   

 

   La exhibición acompaña a los postres, iniciándose con un grupo provistos de tambores y panderetas que, al son de alegres músicas, hacen las delicias de los asistentes. Les siguen los bailes, acompañados de unos pequeños platillos metálicos que tintinean entre los dedos de los bailarines que dan paso al baile de Los Derviches, con trajes multicolores que se levantan al son de los giros continuados, hasta alcanzar posiciones más altas de la cabeza del bailarín

   Los giros y los sonidos de tambores, se prolongan durante más de 30 minutos, pareciendo imposible que una persona pudiera seguir guardando el equilibrio y tener tanto dominio de sus movimientos.   A continuación actúa la bailarina con la danza del vientre, que es muy aplaudida por su actuación y por las bromas con el público.

   Cansados por el ajetreado día y por la avanzada hora de la noche, marchamos hacia el hotel pasando con el autobús por iluminadas calles llenas de tiendas y de gentes, por plazas muy concurridas, llenas de vida.

 

   Impresionante fue la visita al exterior de la Ciudad de los Vivos y los Muertos, de gran extensión, con calles obscuras y estrechas, algunas iluminadas con algunas luces tenues procedentes de pequeñas bombillas  muy distanciadas, aparentando ser un ciudad de chabolas hechas de cualquier material y, así es, pero compartiendo las edificaciones del cementerio, a las que se les anexionan los precarios cobertizos descritos, conviviendo así entre tumbas y viviendo día y noche con la vida y la muerte.

 

   El siguiente día en El Cairo queremos dedicarlo para visitar el famoso Museo de Arqueología Egipcia para lo que, tras el abundante desayuno, acordamos ir caminando.

   La temperatura es bastante más baja que en días anteriores, y la niebla da un toque misterioso a los contornos de los edificios de la ciudad.

   Para cruzar el brazo del río Nilo que nos separa del barrio donde se encuentra el Museo, accedemos a un puente elevado por unas escaleras metálicas que nos conducen a una avenida que necesitamos cruzar, lo cual parece una tarea fácil, pero no es así.   Los pasos de cebra no se suelen usar ni respetar, los semáforos están para iluminar, pues no se tienen en cuenta, los coches no se paran cuando tienen delante un peatón, lo bordean y los coches próximos bordean al que cambió de dirección, tocando el claxon casi  constantemente para hacerse notar, constituyendo el sonido un elemento de control, además del visual.   Hicimos el intento de cruzar sin éxito, pues nuestros esquemas de comportamiento no son tan fáciles de sustituir.   Pensamos que un grupo de personas juntas harían más masa y sería más fácil, esperamos a los demás pero, viendo los resultados, empezamos a vociferar para llamar la atención de alguno de los muchos militares que  patrullan por todos los lugares.   Nos comentaron que algunos se limitaban a reír asombrados por el comportamiento de los extranjeros.

   Con alguna ayuda y mucha decisión, conseguimos nuestras intenciones y aparecimos en las inmediaciones del edificio de color rosa que alberga el museo.

   Las calles son un hervidero de personas que circulan en todos los sentidos. Cientos de tenderetes presentan sus mejores mercancías y todo el conjunto causa fascinación mientras, a nuestro paso, vendedores ambulantes intentan colocarnos los más diversos géneros.

 

                                                    

 

   Accedemos a los jardines del museo reuniéndonos alrededor de una lámina de agua donde lucen erguidos verdes tallos de la flor de loto, como preludio del rico contenido del famoso museo.   

   El idioma hace difícil comprender las indicaciones pero, al final, conseguimos las entradas y nos obligaron a dejar depositadas todas las cámaras fotográficas

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  Antes de contemplar los vestigios físicos que contiene el museo, recordamos que los egipcios, ya en el siglo IV aC., tenían consolidada una organización social  encabezada por el faraón, como mediador entre los hombre y Dios, y encargado del control de las crecidas del Nilo y, en consecuencia, de las cosechas que constituían la base de la vida del pueblo, así como también era el responsable de la seguridad del estado frente a posibles invasores, jerarquizando el ejercito y a los políticos encargados de la custodia de las leyes y orden.   Ya, 700 años aC. Herodoto visitó Egipto y trajo a occidente el actual y vigente, Derecho Romano.   Así mismo, inventaron y pusieron en practica, el derecho fiscal, y también fueron pioneros en el trabajar con la medicina, la astrología y las matemáticas.

 La decadencia de este imperio se inició con Teodosio que, en el siglo VI dC. prohibió el culto en todos los templos paganos lo que, junto a la persecución de la religión egipcia y sus dioses por parte de los cristianos, y posteriormente por el Islam, hizo inevitable la decadencia extrema.    En el ocaso del esplendor egipcio, los griegos fueron a recoger sabiduría de los templos de las orillas del Nilo, constituyéndose la base cultural de occidente, lo que nos identifica como la continuidad de esta antigua civilización.  El estudio metódico de esta civilización (Egiptología) se inició en la época de Napoleón (1.798) y, con los datos obtenidos por las embajadas de estudiosos y las reproducciones de la Piedra Roseta, Champollión descifra los jeroglíficos en 1.822, abriéndose el camino a grandes descubrimientos a lo largo de la historia.  

 

   El museo está organizado por periodos, y cada pieza causa admiración por su antigüedad y valor histórico.    Hay mucho público y las piezas más conocidas son de difícil acceso.   En general, el aspecto y la situación de todos los tesoros dan la sensación de almacenamiento, mas que de exposición.   Las etiquetas están en papel de color marrón por el paso del tiempo, y muchas solo están escritas en árabe.   Las vitrinas, bastantes antiguas, almacenan piezas valiosísimas unas pegadas a las otras, sin espacio ni separaciones.   Sería deseable un museo 10 veces más extenso para albergar tantos tesoros y que se mostraran dignamente.

   Impresionante es la sala dedicada a Tutankhamon , iluminada tenuemente, y con fondo negro, realza los preciosos tesoros de esta tumba y resalta la valiosa máscara de oro policromado de 11 Kg. de peso.

   Todo el recinto está lleno de joyas arqueológicas que necesitarían mucho tiempo para su contemplación, las momias, los sarcófagos, las esfinges, los adornos, los jeroglíficos...interminables.

 

   Tras adquirir en la tienda de recuerdos un cd sobre la historia local, decidimos buscar un restaurante del que nos llegaron buenas referencias, de nombre Falfelá.   El día era diferente, hoy una suave llovizna limpia el aire da un matiz distinto a toda la ciudad.   Plano en mano, cruzamos las calles con más soltura que en ocasiones anteriores, aparte de que también se tratan de calles más estrechas, ya que son calles secundarias, lo que no implica que no hubiera riesgo ni emoción en tan osada acción.

   Sin demasiados problemas encontramos el rótulo del nombre del restaurante, pero se trataba de un pequeño local de comidas para llevar, pero esa no era la información que poseíamos, por lo que preguntamos y lo encontramos a pocos metros.   Amplio, bien decorado y con mucho público, nos acogen recibiéndonos amablemente y orientándonos para que la estancia fuera satisfactoria.

 

                                                  

 

   La comida fue servida en un comedor exclusivo para el pequeño grupo, en unas robustas y rusticas mesas de madera y bancos del mismo material, y estuvo compuesta por sopas, servidas en unas cacerolas de cobre brillantes y que, en realidad, eran guisos, pescados a la plancha y distintos tipos de carnes a la brasa, muy bien especiadas, y unos postres muy elaborados y con mucho sabor, predominando los sabores a leche y yogur.    El café turco y el té cerraron el agradable almuerzo, propicio para estrechar amistades al amparo de buen sabor de la cocina egipcia.

 

                                        

 

   Para pasar la tarde-noche quedamos citados en la entrada de la zona del mercado de Khan el Khalili para recorrer nuevamente sus calles llenas de tiendas, vendedores, mercancías y una multitud de personas comprando.   En esta ocasión descubrimos nuevas calles donde adquirimos algunos recuerdos y nos empapamos de la vitalidad de aquellas gentes, de los olores a especias, a te, a café, a tabaco aromatizado, del colorido y del bullicio ambiente que envolvía todo nuestro entorno.

 

                                                     

  

   Agotados de tanta actividad, discutimos con varios taxistas el precio del trayecto hasta nuestro hotel, observando que era bastante superior al del mismo trayecto en sentido contrario, descubriendo que el precio se fija en función del lugar en el que se toma el taxi, dependiendo de la categoría de la zona, el precio será mayor.  Una vez concretado los honorarios, circulamos deprisa, tocando el claxon del viejo coche casi constantemente, lleno de polvo, con el volante amarrado con unas cuerdas y con los asientos “ventilados” y móviles.

 

   Al día siguiente, tras el desayuno, partimos en taxis, previo regateo del importe, dirección hacia La Ciudadela, en cuya puerta de acceso esperamos al resto del grupo y, una vez juntos, adquirimos las entradas para el acceso al recinto.

   El aspecto de La Ciudadela es bastante cuidado, así como sus jardines y la limpieza, por lo que no tiene demasiado parecido al resto de la ciudad, está situada en una zona alta y se encuentra amurallada, albergando mezquitas, museo, miradores y la famosa Mezquita de Alabastro que constituye una sobria construcción con esbeltos minaretes y preciosas bóvedas.

 

                                            

 

   En el interior de esta mezquita resaltan las contrastantes ondulaciones del alabastro que recubre todo, el suelo totalmente alfombrado predominando el color rojo, las altas cúpulas ricamente decoradas y las enormes lámparas concéntricas que nos recuerdan el interior de la de Santa Sofía en Estambul.

 

                          

 

   Con los zapatos en unas bolsas, y sintiendo el frío en nuestros pies del mármol situado bajo las alfombras, recorremos la gran mezquita, su altar, sus capillas y su púlpito al que se accede por una suntuosa escalera recubierta de rojizas alfombras y con artística balaustrada dorada.

 

                      

 

   En un patio interior, se puede contemplar la restauración de un reloj que nunca funcionó, regalo de Francia a Egipto por la sesión de piezas arqueológicas de gran valor.

   Ya en el exterior se puede contemplar una espléndida vista de la gran ciudad y, en la lejanía entre la bruma, la silueta de las pirámides, símbolo de una civilización.   Recorriendo La Ciudadela visitamos un museo de armas, con aviones y mísiles incluidos expuestos en un recinto al aire libre próximo al edificio.   A pesar de las diferencias referentes a limpieza y organización, los servicios están albergados en una edificación, aún sin terminar, y que para llegar a ellos es necesario hacerlo con linternas o mecheros encendidos, y salir lo antes posible debido al fortísimo e insoportable olor.  También visitamos otras pequeñas mezquitas, muy cuidadas y todas abiertas al culto.

   El regreso al hotel lo hacemos, tras el rito del regateo, en taxi, igualmente sucio, sin instrumento alguno funcionando y pareciendo un milagro el que aquello funcionara.

 

                                                 

 

   En el hotel recorremos diversos salones, todos palaciegos, con techos de maderas policromados o dorados, espléndidos candelabros y lámparas, así como suelos de brillantes mármoles haciendo geométricos dibujos, muebles de época y tapizados de paredes y cortinas a juego.   En uno de estos salones, se encuentra uno de los restaurantes, en el que decidimos almorzar, pasando la sobremesa en una confitería donde tomamos café y pasteles locales, situada en una de las galerías del  hotel.

 

   Hasta las 6 de la tarde, nos permitimos un descanso en nuestra habitación, para después salir andando para conocer el entorno próximo al hotel, no sin antes abonar las deudas contraídas durante la estancia, para lo que tenemos que cambiar a moneda local (libras egipcias) en el banco, abierto las 24 horas y situado dentro del hotel.

 

   A pocos metros del recinto ocupado por el hotel Marriott, comienza una avenida repleta de tiendas en ambas aceras, no son comercios turísticos, sino locales y habituales para los residentes, contemplándose la venta de aves vivas, pollos, pavos, palomas, etc. en unas altas, artísticas y viejas jaulas.

 

                                                      

 

  En otros comercios se presentaban filas de recién sacrificados corderos, colgados en las fachadas como si de una macabra exposición se tratase.

 

   Las tiendas se sucedían las unas a las otras, y las calles transversales seguían presentándose llenas de joyerías, librerías, bares, comestibles, fruterías con cestas llenas de grandes y apetecibles dátiles rojos, así como alguna mezquita, a la que sólo se puede acceder por puertas y a partes distintas, para los hombres y mujeres. 

    En un comercio, encontramos sustitutas a nuestras maltratadas maletas, y adquirimos dos de gran tamaño y que, no de muy buena gana, nos cobraron en euros.   En una joyería compramos recuerdos propios del país y, en una tienda especializada en antigüedades de una de las calles transversales a la avenida, unos bonitos papiros pintados a mano y firmados por sus autores, para regalar, y   nos obsequian con ¡agendas magnéticas!

 

   Muy relajante resulta el paseo por las calles y tiendas que se encuentran fuera del circuito turístico, pues se aprecia la diferencia en los géneros y en sus precios, así como la ausencia de los vendedores ambulantes y del acoso constante, pudiéndose pasear y contemplar el verdadero ambiente local.

 

   La temperatura es agradable y en el claro cielo, luce una luminosa luna y cientos de brillantes estrellas que nos acompañan hasta que, de vuelta, recogemos las maletas adquiridas en nuestro regreso al hotel para pasar la última noche en Egipto

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   Al entrar pasamos nuevamente por el escáner y nos revisan las nuevas adquisiciones.

 

   Esta noche tenemos previsto cenar en un restaurante, en el interior del hotel,  bajo una gran jaima decorada al gusto local, y en cuya entrada hay instalada una barbacoa  que propaga exquisitos olores producidos por la preparación de los kebak y otras carnes.

 

                                                   

 

   El interior del recinto está iluminado por guirnaldas de luces, y el color rojo predomina en el ambiente.   Sobre un escenario, una pareja de cantantes entonan canciones árabes para amenizar la velada.

  

   Con la sensación de estar en una gran tienda alfombrada en el desierto, nos acomodamos y pedimos la cena y, al poco tiempo, nos sirven los platos pedidos, entre los que destacan grandes bandejas con frutas variadas, peladas y puestas artísticamente, otras portan vistosas ensaladas en las que se juega con la colocación de los ingredientes por sus colores, bonitos tazones con calientes sopas y platos con kebab de cordero acompañados de arroz y ensaladas.

  

   A los postres, por sorpresa, se improvisa una tarta con velas y se le celebra el cumpleaños a la menor del grupo que, sorprendida, recibe los regalos y apaga la vela entre canciones egipcias, platos multicolores en la bruma del rojizo color dominante bajo la carpa, probablemente un cumpleaños tan inolvidable como la noche fin de año.

 

   Pasó el tiempo y nos fuimos retirando, dejando detrás nuestros sillones de mimbre, los cantantes, la gran carpa... 

 

   La luna desde su posición más alta y el entorno que nos rodea, parecen querer impedir que nuestro sueño se acabe en esta última noche en Egipto, despertando a la realidad, pero no se nos borraran las sensaciones vividas, los olores, la paz del deslizarse sobre las tranquilas aguas del Nilo, las aglomeraciones, los colores del cielo, la arena, los espectáculos, las vibraciones percibidas en las colosales obras, las emociones, sus gentes, sus gestos, sus miradas...ninguna de las vivencias.

 

   Así sentí Egipto.          

    

                                     

    

                                                                                                                        Autor: José Enrique González

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                                                                                                                         EGIPTO. Lago  Nasser.

                                                                                                                          EGIPTO. Nubia

                                                                                                                                                                  EGIPTO. Nilo

                                                                                                                                                                  EGIPTO. Cairo

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