Turquía    Impresiones de un País

 

   

 

    Reservados todos los derechos. La propiedad intelectual tanto de los textos, como de las fotos, pertenecen al autor, por lo que está prohibida la reproducción total o parcial sin expresa autorización 

                                                    AUTOR:  José Enrique González     (  www.JoseEnriqueGonzalez.com  )                                                                                                               

 

 

             Turquía, país pequeño, árabe, hosco, de gentes rudas, hostil, poco hospitalario, salpicado de pequeñas ciudades y desiertos, improductivo y seco.

       Nada más lejos de la realidad. El primer contacto visual desde el aire con Istambul, es una visión impresionante, apareciendo una Ciudad sin límites, única en el Mundo edificada sobre dos continentes, compuesta por siete suaves cadenas de montañas recubiertas de miles de casas con un color ocre predominante, casi perdiéndose en el infinito, mostrándose así una Urbe de unos 120 Km. de larga ocupada por 15 millones de habitantes que, generalmente, son imposibles de diferenciar de los de cualquier  país occidental.   Sus características destacables son su amabilidad, simpatía, querer agradar y hospitalidad.

 

 

 

La Ciudad, impresionante, homogénea en sus edificaciones, salpicada de Mezquitas, estrenando metro subterráneo de moderno diseño, y clásica en su estilo, llena de vida y actividad, de apariencia caótica, se desarrolla entorno al Bósforo y rodeada de mares que esculpen atractivas calas, largas playas y acantilados que dan refugio a diferentes especies animales.

 

                

 

   La actividad en los mercados y en las calles y la propia configuración urbanística abruma a primera vista , desconcertando al forastero y dando la impresión de ser   de imposible comprensión, pero en poco tiempo, dicha configuración penetra y encaja en nuestros esquemas, haciéndose una ciudad agradable, comprensible y de visita relajada.

   Llama la atención que, en invierno, a las 4,40 de la tarde, empieza a oscurecer y la noche toma su sitio, aunque la actividad continúa como siempre, adquiriendo otro aspecto, luminoso, festivo y con multitud de coches en todas direcciones, haciendo sonar sus claxon casi constantemente.

   Casi desde cualquier perspectiva aparecen innumerables minaretes de las mezquitas, sobresaliendo de los edificios circundantes, esbeltos y todos espectaculares a la vista del viajero, perteneciendo a edificios tan conocidos como a la Mezquita de Solimán el Magnífico, donde está enterrado él mismo, y su esposa.

 

 

                                                     

 

La construcción de esta magnífica mezquita se comenzó en 1.550 siendo su arquitecto el famoso Sinan del que se recuerda que no usaba planos en sus proyectos, concibiéndolos y materializándolos en su mente. Esta mezquita presenta cuatro estilizados minaretes. La Mezquita Azul es la de mayor número de minaretes, seis en total, cuya construcción forzó a añadir uno más a La Meca para evitar inferioridades. Su construcción se acomete en el año 1.609.

 

 

                                                      

 

 Santa Sofía, Basílica convertida hoy en museo, construida por Constantino el Grande con una gran cúpula de 31 metros de diámetro que se alza a 55 metros del suelo, o la Mezquita Nueva llamada también de Yeni y cuya edificación data del año 1.597 y donde se encuentra El Balcón del Sultán decorado ricamente con azulejos de finos dibujos típicos de Iznik, la antigua Nicea.

 

                                                       

 

   Cuando se decide entrar en algunas de ellas, llama la atención algunos vendedores que tejen y venden unos gruesos “patucos” de lana, para aislar del frío los pies desprovistos de los zapatos, por respeto, para acceder al interior.  Una vez dentro se hecha de menos el constante y reiterativo acoso de los vendedores ambulantes, preguntando por la nacionalidad del turista, estado, profesión, ect. todo aquello que facilite un conato de amistad y confianza para ofrecer unas postales, libros, trompos, ropas... La luz, tenue, acompaña al silencio e invita al recogimiento, mientras, nuestros pies, cubiertos por el zapato de lana, se hunden en el suelo recubierto, más bien tapizado, de primorosas alfombras de dibujos repetitivos, orientativos del espacio a ocupar por cada persona en su momento de oración.                                                                                                                       

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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