Las lámparas, generalmente grandes circunferencias concéntricas colgadas de las altas cúpulas, están salpicadas de pequeñas vasijas de cristal que antaño, con aceite, iluminaban el gran espacio definido por los ricos paramentos y las grandes cúpulas, espacio presidido por grandes medallones, gruesos muros y sobrecogedora decoración de dibujos que denotan una creatividad y fantasía inigualables, muchos de ellos propios de Nicéa, con sus azules intensos y fineza de trazos.

   Derroche de fantasía y esplendor, mármoles, patios, dibujos en azulejos y jardines se perciben en el palacio de Topkapi, palacio de Sultanes Otomanos, cuyo imperio llegó hasta Occidente, construyéndose en el siglo XV y acoge el pabellón del Manto Sagrado que alberga distintas reliquias del Profeta Mahoma, en dicha sala  siempre hay un muecín cantando relajados versos del Corán que presentan un gran parecido, o mejor dicho, similitud, con el cante flamenco.

     

                                                 

                 

 El palacio  refleja en su configuración las características del pueblo nómada que fue el pueblo Turco, salpicando una gran extensión de terreno de edificaciones palaciegas o militares, entre patios y jardines acogedores de aves, cuyos graznidos nos recuerdan el ambiente oriental y exótico que rodea el Gran Palacio que se asoma al Bósforo para recibir los últimos rayos de sol al atardecer, acogiendo en sus árboles a miles de pájaros que buscan refugio en ellos para pasar la noche. ¡Tanta historia se respira por todos sitios!, en la calle, en los palacios, en las mezquitas, en los nombres...incluso en algún hotel, como el nuestro, en cuyo emplazamiento, al construirse, aparecieron restos arqueológicos del año 500 ac. Expuestos hoy, protegidos en vitrinas, a lo largo del hall de entrada, y otros elementos como columnas, respetados en sus lugares originales donde fueron descubiertos, integrándose en salones o salas de fiesta en el sótano del establecimiento hotelero.

   Muy temprano es necesario levantarse para partir hacia la región de la Capadocia, tras un breve desayuno (por la hora y el sueño), contemplando el amanecer desde las cristaleras del restaurante situado en la última planta del hotel, para salir hacia la parte Asiática atravesando las montañas de Bursa, donde va apareciendo nieve cada vez con más intensidad hasta que todo se cubre de blanco, permitiendo gozar de un paisaje casi irreal, enigmático y frío mientras se bordea un lago salado, el mayor del país, su nombre Tuz Götü del que  extraían los nómadas grandes cantidades de sal que comerciaban con ella por toda la región de Anatolia y que con su poca profundidad y aguas heladas, se refleja como un inmenso espejo que cubre una gran extensión de terreno.

 

                                                               

 

   Es necesario hacer algunas paradas técnicas en el trayecto que se aprovechan para degustar un exquisito y caliente café turco o bien un té rojizo de agradable sabor, servido en pequeños vasos con idéntica forma que las lucernárias que iluminaban en otras épocas, con aceite, las mezquitas.

 

 

   Capadocia es una extraña región comprendida entre dos líneas montañosas y volcánicas, una con su máxima elevación de 2.000 metros y la otra con 4.000 metros respectivamente que en otros tiempos, llenaron y cubrieron la región con lava y que con el paso del tiempo, las temperaturas extremas y las lluvias, han modelado un paisaje original y muy especial, único y fantástico de extrañas formas y colores, salpicado de “chimeneas” que soportan grandes piedras en equilibrio, como si de pesados sombreros se tratara.

 

                                                            

 

  Grandes masas de piedra volcánica se alzan en el paisaje, como montañas, las cuales fueron esculpidas interiormente hasta formar ciudades completas, de difícil acceso, como defensa contra los árabes que perseguían a los primeros cristianos. En la actualidad se han encontrado unas cien de estas originales ciudades, y una treintena de ellas se puede explorar.  Causa gran admiración, en el valle de Göreme, unas pequeñas cuevas, excavadas igualmente en la roca, ricas en dibujos policromados bien conservados, que constituyen las primeras Iglesias Cristianas y que datan del año 70 de nuestra era, las cuales irradian fervor y relajan el espíritu al contemplarlas en un ambiente relajado, oscuro y con recogimiento.

   En las ciudades excavadas, parte de ellas con zonas subterráneas, convivían personas y animales, a veces en número próximo a los 15.000 personas, y las usaban por largos periodos de tiempo, sin salir al exterior, hasta que los enemigos desistían de su asedio. Llegan a tener hasta 12 niveles alcanzando hasta 55 metros de profundidad como en el asentamiento de Derinkuyu.

 

 

 

 

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