India, impresiones de un Pais.

Jaipur.

 

 

 

Agosto 1.983.        AUTOR: José Enrique González  (www.JoseEnriqueGonzalez.com)

 

La propiedad intelectual, tanto de los textos como de las fotos, pertenecen al autor, por lo que está prohibida la reproducción total o parcial sin expresa autorización.

 

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n mis anotaciones de viaje se repite insistentemente “calor sofocante”, y así lo sentimos al bajarnos del autocar que nos trasladó desde Delhi hasta la ciudad rosa de la India, Jaipur, la capital del estado de Rajasthan..

 

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   El hotel está alejado del centro de la ciudad, es un alto edificio con gran porche y muy buenas instalaciones, rodeado de jardines muy cuidados y floridos que invitan a pasear por ellos.  

   La habitación, muy amplia, tiene vistas sobre una zona en la que se encuentra una piscina rodeada de fresco césped,  que favorece la tentación de sumergirse en ella en vez de arriesgarse en el sofocante calor de la ciudad.

   Desde la altura de nuestra habitación, observamos que el recinto de nuestro hotel, está rodeado de desierto con una carretera que lleva hasta la ciudad, estando salpicado de brotes de vegetación pues es la época lluviosa en esta región

   También vimos  unos minibuses que, periódicamente, transportan a los clientes hasta el centro.

   Curioseamos unos carteles que, doblados por la mitad, estaban apoyados en un mueble y mesa y, uno de ellos, nos llama la atención pues aconseja dejar las ventanas cerradas para evitar que entren los monos y puedan hacer algún estropicio.

 

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   El sobrenombre de Ciudad Rosa es debido al color dominante en los muros de las construcciones, y característico de las tierras de la zona, pues fue pintada de este color con motivo del recibimiento del príncipe Alberto, marido de la reina Victoria en 1.850.   Con estas características nos encontramos con un gran edificio cuya fachada es todo un encaje, repleto de filigranas y extremadamente bello, es el llamado Palacio de los Vientos, y en realidad tiene muy poca profundidad, ya que su finalidad era el que las mujeres del majará pudieran contemplar, sin ser vistas, las fiestas con elefantes que se realizaban en la plaza donde está enclavado el Palacio.

 

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   Muy representativo de la Ciudad es su Palacio, parte museo, y parte residencia de la mujer del último   Maharajá de Jaipur que murió jugando al golf en Londres.  Entre los gruesos pilares rojizos de apoyo a las amplias bóvedas, resaltan unas enormes ánforas de unos 2 metros de altas, realizadas en plata y en las que el Maharajá hacía transportar agua para su consumo, en sus viajes al extranjero.

 

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   Una fortificación domina un amplio espacio desde la altura de su situación, de gruesos muros y amplia puerta de madera que da entrada al recinto, se llama el Fuerte Amber.   Situado en ese enclave estratégico, es de difícil acceso si se acomete el camino a pie, por lo que es normal llegar a él a lomos de elefantes.

  

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   En una explanada al pie del monte donde se ubica el fuerte, subimos hasta la azotea de una pequeña edificación para, desde ella, poder subir al gran elefante indio y situarnos, de forma lateral, sentados de dos en dos, de tal manera que cada  pareja encaraba un lado del elefante y, en el centro el conductor del mismo, dando ordenes con su voz y con las presiones de sus pies en la zona posterior de las orejas del paquidermo.

 

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  Al comenzar la marcha el precario artilugio que nos sostenía se hizo inestable, por lo que nos aferrábamos fuertemente a una fina barra de hierro, sucia y doblada, que nos pusieron delante a modo de quita miedos y, desde la altura que ahora estábamos, nos parecía temeraria la experiencia comenzada.  

  Comenzamos el ascenso por un estrecho camino en una caravana de elefantes. Mirando hacia abajo se divisa un paisaje muy verde con algunos árboles y un gran lago que dan una apariencia paradisíaca a la zona y nos hace gozar por haber accedido a subir a estas alturas. 

  Cuando ya habíamos recorrido la mayor parte del camino, nos encontramos con otros elefantes que regresaban desde el fuerte,  que debían de pasar junto a nosotros por el mismo estrecho camino, ya a buena altura, y cuyos laterales no tenían ninguna protección, solo el vacío se hacía a nuestros pies, pues por la situación que íbamos en los asientos, nos tocó el lado del barranco y, al apurar el terreno el animal para poder pasar los dos elefantes, nos dejó sin suelo firme bajo nuestra situación.

  Nerviosos e indefensos, seguimos aferrándonos parte a la barra protectora, parte a los largos pelos del animal, descuidando el tomavistas que quedó suspendido por la correa prendida a la muñeca, perdiendo las pilas en la comprometida situación. 

 

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  Un hindú de blancos ropajes y llamativo turbante rojo, amenizaba nuestra subida caminando junto al elefante tocando un instrumento cuyo sonido quedó borrado, o no oído, debido a las circunstancias.

 

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  La fortificación se encuentra en buen estado de conservación, llamando la atención  la decoración con espejos del Jagmandir, el palacio real y el pequeño pero bello templo de la diosa Kali, donde acuden los recién casados  para tener buena suerte.   El templo presenta una rica y muy repujada puerta en plata, ante la que dicen que no se debe fotografiarse nadie, porque trae la desdicha, pues Kali es  la diosa de la muerte.

 

 El descenso lo realizamos a pié, y no por iniciativa propia, sino porque el conductor de los elefantes cobró lo estipulado antes de iniciar el ascenso, y ya no le interesó esperar al cliente para darle el servicio completo.

 

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  Ya en la ciudad, el sol empezó a aproximarse al horizonte, enrojeciéndose el luminoso cielo e incrementándose los graznidos de los grajos, cuervos y otras aves que, en inmensos grupos, regresaban a sus respectivos árboles para pasar la noche.   Nosotros aprovechamos para terminar el día relajados después de las experiencias de la mañana, paseando y visitando distintas tiendas.

   En las aceras se instalaban muchos carritos vendiendo sobre todo frutas, de las que compramos unos excelentes plátanos y unos llamativos mangos, de fuerte y agradable olor y sabor.

 

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   En los comercios próximos, visitamos por deseo de nuestro guía acompañante, Juan, uno en el que vendían piedras preciosas y semi-preciosas, generalmente sin trabajar, y debido a las cualidades de Magdalena de negociar y de buen criterio para escoger las mejores piedras, le encargó la compra de ¼ de Kg. de turquesas para él, aparte de las que compramos para nosotros y que encargaríamos montarlas al regreso.   En una de estas tiendas nos muestran las joyas de la Maharaní realizada en oro muy trabajado con finos relieves y piedras preciosas, y constituida por una corona unida a un lujoso collar, el que sigue la unión con unos brazaletes para los ante-brazos, que a su vez, se unen a unas repujadas pulseras, y estas a los anillos.   De alguna manera, la joya se prolongaba a un cinturón de oro y piedras preciosas, y de este a unas tobilleras, y de ahí, a anillos para los dedos de los pies.   La joya es una sola pieza que adorna el cuerpo entero, cuyo peso es de varios Kg. y es de una belleza y delicadeza extraordinaria.

 

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   La noche nos repone del agotador calor y nos da nuevas fuerzas para afrontar las visitas del día siguiente, en el que por la mañana se ve el Palacio de la ciudad, así como el entorno lleno de personas que se mueven en todas direcciones, y un tráfico en cualquier sentido, esquivando las vacas y a las personas que se entrecruzan con los vehículos, y las cientos de bicicletas que llenan las calles.

 

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  La temperatura ambiente no cesa de subir y, al medio día se hace otra vez insoportable, aún así, acometemos la visita de un antiguo observatorio astronómico (1.716), modelo de precisión en su época y que fue mandado construir por Jai Singh II, maharajá y sabio que ya había mandado construir otro observatorio en Delhi. El propio maharajá diseñó los grandes aparatos que en él se encuentran.

  

   El observatorio es  un gran patio lleno de extrañas construcciones, los distintos instrumentos astronómicos o los soportes que servían para sostenerlos: grandes relojes de sol, gigantescos astrolabios de mas de dos metros de diámetro suspendidos entre gruesas columnas, dos áreas semiesféricas de mármol blanco con la posición de las estrellas, de varios metros de diámetro y dispuestas sobre un gran hueco excavado en el suelo, otras dos áreas semiesféricas de menor tamaño, unas construcciones simétricas, una para cada signo del zodiaco, con un plano inclinado orientado para ver la constelación correspondiente en la época adecuada, columnas dispuestas formando círculos con una escalera para acceder a su parte superior, planos inclinados provistos de escaleras, y varias construcciones más.

  El calor y una mujer con lepra que se movía sobre una tabla con rudimentarias ruedas, evitaban la plena contemplación de tan ingenioso observatorio, nuestros cuerpos se hacían más pesados y un malestar los invadía y hacía más difícil la visita, era el comienzo de una indisposición que nos acompañaría varios días, a pesar de las vacunas que, previamente al viaje, nos pusimos, y que amortiguaría los síntomas de lo que pareció ser un comienzo de malaria.

 

  A la mañana siguiente la fiebre apareció en Magdalena, con escalofríos, dolores musculares, cansancio, etc. síntomas que se agudizaron más con el potente aire acondicionado del autocar que, tras el desayuno, nos conducirá a la Ciudad de Agra.

 

  Así sentí India, así sentí Jaipur.

       

 

 

 

 

 

                                                                                                                  Autor:   José Enrique González

 

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